Qué nos hace humanos: una reflexión Aristotélica


¿Qué nos hace humanos? Estaba aburrido un martes cualquiera, cuando me puse a bucear por YouTube y encontré un sensacional seminario. El expositor era el doctor en filosofía, don Alejandro Vigo, profesor de la Universidad de los Andes, Chile. No tardé en verlo, llegando a tomar notas y todo, durante dos horas de larga charla. Su exposición la tituló a partir de una sentencia de Aristóteles escrita en Ética a Nicómaco que dice así: “…y eso es un ser humano: Aristóteles y la identidad práctica”.
Luego de oír a conciencia al profesor Vigo, me puse a meditar sobre lo que planteaba el bueno de Aristóteles con respecto a lo que son los hombres, los seres humanos. Entonces, comencé a releer el capítulo pertinente en Ética a Nicómaco desde el cual el profesor Vigo se inspiró para realizar su presentación. Tras leerlo completo y pensar durante aproximadamente 30 minutos, llegué a la conclusión de que para Aristóteles –e incluso para el mismo profesor Vigo–; yo, como ser humano, no he sido más que un insensato. Me explico:
Según Aristóteles lo que hace al homo sapiens un ser humano, o lo que hace a los hombres; hombres, es su capacidad de agencia o, lo que es lo mismo, su capacidad de representarse a sí mismo su propia vida. De hecho, es a esto a lo que el bueno de Aristóteles y, en general, los griegos llamaban phronesis o praxis. Dicho esto, de inmediato me cayó una pregunta de cajón en la cabeza:
Y, ciertamente, la razón de esto es bastante simple: porque para Aristóteles, lo que nos hace humanos no es el mero hecho de que seamos racionales, cosa que por supuesto nos distingue de otros animales además del genoma, sino que el hecho de que como animales racionales seamos capaces de tomar decisiones deliberadas con base a un fin determinado. Es decir, que adoptemos un modo de vida. Lo que hoy llamaríamos encontrar un “sentido” o un “propósito” en nuestras vidas.
Luego de meditarlo un rato, esta observación de Aristóteles, la cual destacó el profesor Vigo, me voló la cabeza. Y la razón por la que lo hizo se basa en dos asuntos manifiestos derivados de ésta, a saber: el primero tiene que ver con lo que implica llevar entonces una “vida buena”, mientras que el segundo tiene que ver con el hecho contumaz de representarnos nuestra propia vida de tal modo que le ofrezcamos una finalidad deliberada y decidida.
Entonces, otra pregunta cayó del cajón y me dio en la cabeza: ¿Una “vida buena” es consumar una vida concebida y que ésta sea apoyada y aceptada por la sociedad que nos rodea? Pues, nos guste o no reconocerlo, también somos animales gregarios, y no solo racionales.
Confieso que cuando llegué a esta pregunta no supe qué carajo responder. Entonces, de pronto, ante el vacío en mi mind palace comencé a evocar mi vida. Y, al cabo de un rato, llegué a la conclusión de que Aristóteles tenía una razón tremenda. Pues, efectivamente, lo que diferencia a un ser humano o al homo sapiens de otras especies no humanas es que nosotros somos capaces de satisfacer la necesidad o el deseo de querer ser lo que nos representamos ser dentro de la sociedad que nos cobija. Y es ese llamado, esa vocación a ser lo que deseamos ser, lo que nos diferencia de otras especies animales.
Sin embargo, ¿consumaremos una vida buena en la medida que como agentes racionales vayamos satisfaciendo nuestro deseo de ser lo que nos representamos ser en la sociedad que nos abriga? Y, sin duda, la respuesta a esta pregunta es afirmativa toda vez que no nos autoengañemos. Pero, en este sentido, ¿qué diantres significa “autoengañarnos”? me pregunté. Pues ahí está todo el meollo del asunto.
A grandes rasgos, cada uno de nosotros nace con ciertas capacidades o facultades y propiedades que nos hacen diferenciarnos del resto. Diferenciarnos desde lo negativo y lo positivo. O sea, diferenciarnos para bien o para mal. Pues yo tendré un conjunto de capacidades que me hacen ser quien soy (talentos), mientras que los otros también las tendrán de diferente modo y en su medida.
En este sentido, muchos creen que la obsesión vence al talento, y en mi opinión, la obsesión potencia al talento. No obstante, para que la obsesión potencie al talento, necesariamente tendríamos que tomar decisiones deliberadas que nos conduzcan al hábito de determinada práctica, quehacer o técnica para que esta se haga instintiva en nosotros. Es decir, un ejercicio involuntario.
De este modo, entonces, podríamos afirmar que autoengañarnos es, justamente, el hecho de NO intentar, habitualmente, satisfacer lo que deseamos ser en vista a la representación que nos hacemos de nosotros mismos.
Es evidente afirmar que para que esto no suceda, necesariamente, debemos asumir que no solo requerimos de nuestro esfuerzo e ímpetu, sino que también de los demás. Pues, nos guste o no aceptarlo, sin los demás no podríamos consumar una vida buena ya que no podríamos satisfacer el deseo de ser lo que nos representamos de nosotros mismos. Es entonces cuando este llamado, esta vocación de ser lo que deseamos ser en vista a lo que nos representamos de nosotros mismos, lo que Aristóteles —en palabras del profesor Vigo—, llamaba “finalidad deliberada”, o lo que hoy entendemos como “sentido” o “propósito”.
Pues bien, luego de pensar todo esto echando mano de mi vida para ejemplificar cada aspecto, llegué a la conclusión nefasta de que nunca he vivido con un fin deliberado, como tampoco he tomado decisiones deliberadas para alcanzar fines a los que no he sentido el llamado. Es decir, no he vivido más que como un insensato. Un necio. Entonces ustedes se preguntarán “¿y qué?”, a lo que yo responderé afirmando en tono de pregunta, lo mismo. O, en palabras simples, he conseguido sortear la vida sin tener la necesidad de ofrecer un sentido. Por lo tanto, cabe preguntarse: ¿qué nos hace humanos? ¿Qué diría el prudente de Aristóteles al respecto? Y él seguro me respondería: “tener una finalidad deliberada, representándote tu vida, solo te hace gregario; pero hacerlo de esta forma es lo que te hace humano”.
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