El enredo de ser uno mismo: identidad personal y sus espejismos

Imagen de portada para columna filosófica sobre identidad personal, memoria y el enredo de ser uno mismo.

La eterna pregunta filosófica sobre la identidad personal

Sé que muchos de ustedes se han preguntado por su identidad personal: “¿Quién soy realmente?”. Si no lo han hecho, entonces puedo adivinar que no son muy reflexivos o, por lo menos, puedo afirmar con cierta confianza que no se conocen mucho a ustedes mismos -el máximo ideal socrático-. Pues ya desde Sócrates, con su “conócete a ti mismo”, que el mundo de la filosofía se ha volcado a responder esta enigmática interrogante. Y la verdad es que su respuesta no ha sido fácil de conseguir. De hecho, solo imaginen lo siguiente:

El cuerpo humano nace condicionado a un sexo y otras propiedades físicas, y cuyas células cambian entre los 7 a los 10 años, progresivamente, durante toda una vida. Asimismo, los estudios en neurociencias indican que la memoria es frágil y que, junto con la imaginación, nuestros cerebros suelen recrear recuerdos que no son muy verosímiles con lo que hemos sido o vivido. Así también, sabemos que nuestra identidad no solo se fragua por lo que nosotros creemos ser, sino que por lo que los demás creen de nosotros.

El yo narrado: cómo construimos nuestra identidad personal

Es claro que nuestra identidad personal no solo se basa en aspectos meramente biológicos y neuropsicológicos, sino que además en una singular forma de concebirnos, de narrarnos nuestro “yo” histórico, contándonos la ilusión de ser únicos e irrepetibles frente a los otros, aunque esto no implique ser necesariamente auténticos ante el resto. Sin embargo, ¿qué significa “ser nosotros mismos” frente a los otros? ¿Esta pregunta tiene algún puñetero sentido o, simplemente, es un chicle mental, una quimera, de la que la filosofía no puede escapar?

La cuestión de la identidad personal puede abordarse desde distintas perspectivas. Una de ellas es la perspectiva de la persistencia en el tiempo: ¿somos la misma persona en dos momentos distintos, aunque hayamos cambiado algún rasgo esencial? La lógica formal intenta resolverlo con símbolos y condiciones necesarias, pero el resultado no es menos enredado. Quizás la verdadera ecuación de la identidad sea reconocer que ninguna fórmula la resuelve del todo. Pero en fin…, continuemos.

lustración conceptual de Sócrates mirando su propia sombra, metáfora de la identidad personal y los espejismos del yo.

La identidad personal y su dimensión política

Lo que está claro es que si la filosofía no es capaz de dilucidar la cuestión ontológica de la identidad personal, la cuestión política de la misma no será más que un falso problema. Pues, para saberlo, solo hace falta preguntarse lo siguiente: 

¿Cómo es posible reconocer políticamente lo singular de toda persona si no sabemos si esta persona sigue siendo la misma en distintos periodos de su historia vital? En este sentido, todos suponemos que nuestro “yo” y los “yo” del resto se mantienen en el tiempo, pero cabe plantearse el contrafáctico: ¿Sería lícito reconocer la identidad personal de cualquiera si esta no es más que una narración del consciente de la misma en distintos momentos de su vida? ¿Sería lícito, en términos éticos o de justicia, reconocer una ficción personal y no algo esencialmente dado para reconocer al otro como persona? Por otra parte, también cabe preguntarse sobre cuánto influyen nuestros hábitos y costumbres en lo que realmente somos.

¿Habrá tenido razón Aristóteles en afirmar que lo que nos hace humanos, y nosotros mismos, es cómo nos hemos comportado a lo largo de nuestra historia vital?

Sin duda, estas preguntas no son baladí. Pues, muchos de nuestros problemas actuales radican, en principio, en el problema filosófico de qué consideramos como identidad personal y política. ¿Seguiríamos siendo nosotros -como se preguntó  alguna vez Derek Parfit- si nuestra consciencia pasará a un cuerpo robótico? Quién sabe… Sin embargo, lo más probable -tal como alguna vez postuló Hume- que nuestra identidad personal no sean mas que recuerdos de un «yo», no muy bien contados. Pues, una cosa es el recuerdo y otra, muy distinta, es como hilamos narrativamente dichos recuerdos.    


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